El medía su vida a partir de las construcciones en las que participo. Murió el año pasado, se pego un tiro una mañana en donde los gallos ya no cantaron más al escuchar el balazo, mi abuelo ya no aguantaba su historia y su espalda.
Mi garganta desde ese día nace con un dolor que cala cada vez que camino, tendré que acostumbrarme algún día. El sol quema mis pestañas, la tierra es árida alrededor, algunos magueyes y cactus me saludan del diario, veo la carretera cansada y voy con mi amigo Juan, el me presta su burro, le gusta acompañarme y le pago con una empanada de picadillo y su refresco. Hace dos años que no vamos a la escuela y nos dedicamos a caminar para comer; ahora vamos a Atenco, vivo en los alrededores y cargo con un puñado de madera vieja para vendérsela a mi tío Pedro que tiene una tienda de abarrotes en el centro del pueblo.
El aire se siente pesado, mi bisabuela decía que siempre que pasaba así, era porque algo iba a pasar; desde que querían poner el aeropuerto por acá, el aire siempre me pesa.
Veo de repente sombras corriendo en el horizonte de la carretera, gritan, pasan a un lado, no reconozco a nadie, me duele el estómago, me hago como puedo a la orilla de la carretera, me pongo de espaldas y mi pulso se acelera, Juan ya corre con ellos, el burro tira la madera y corre hacia la llanura. Nada mas oigo disparos y cierro los ojos, escucho: “Madreen a ese pinche tira, se cayo el pendejo”, algunos machetes golpean lo que parecen ser huesos y llegan hasta el piso, en mi cabeza suenan como truenos furiosos y mis manos tiemblan, empiezo a llorar en silencio. Oigo más disparos, y gente con botas pesadas se detienen detrás de mí, las voces se mezclan y hay helicópteros volando alrededor, escucho: “Mátenlos a todos, hijos de la chingada, ya se cagaron a Duarte”, “Oiga mi general, acá esta uno de esos pendejos”, veo unas botas negras de frente, volteo hacia arriba y sé que algo me va a pasar, el sol y el casco no me dejan ver su cara, no puedo decir nada, el grito se atoro en el estómago.
Una pistola me apunta al vientre, escucho la voz de mi abuelo “nadie se conoce pero todo se mueve como si alguien les dijera que hacer”. Siento mi estómago caliente y ya no tengo miedo, escucho “nunca hay madrugada, mañana, atardecer o anochecer, el tiempo siempre les pasa por los huevos y no saben que hacer con el, entonces les da miedo y se matan entre si”.
Cuento en memoria de Javier Cortés Santiago, niño de 14 años muerto de un tiro a 70 centímetros de distancia con un arma calibre 38, víctima de un ramo de flores putas, vendidas para la señora vestida de violencia pendeja el 3 de mayo de este año, en San Mateo Atenco, México.
México/Literatura/http://ideas-binarias.blogspot.com/
Posted by jaguar::binario | | Email post
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wao men que historia, y que forma de contar una realidad tan cruel bien hecho socio
~Oo°~
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