El suicida declamaba desde lo alto de la torre que saltaría. La muchedumbre lo miraba y se burlaba inmisericorde. "No saltarás", decían unos. "Te retamos, hazlo", decían otros; mientras él gritaba con fuerza que se arrojaría contra las rocas. Todos estaban a la expectativa. Y de pronto, el medio de la multitud, se escuchó un disparo. Todos huyeron a refugiarse. Y en medio de la plaza, despejada por el miedo, yacía el cuerpo de una joven poeta que se había pegado un tiro. Los testigos se volvieron asombrados mientras la sangre escurría por los canales de los adoquines. El suicida descendió y miraba el cuerpo sin vida con asombro, hincado junto a la mujer. Los otros, a su alrededor y acercándose, lo miraban con desprecio y cuchicheaban: ¡Maldito sea, es un farsante! Y todos reclamaban porque sus falsas advertencias y sus aullidos los habían hecho perderse el espectáculo de un verdadero suicidio. Y el farsante (que en el fondo si deseaba morir) miraba los restos de la joven, horrorizado... y decía para sí mismo: ¡Ojalá, tuviera el valor de hacerlo yo también! Y una voz, dentro de su cabeza, le susurraba: ¡Cállate, es puro alarde lo que dices!

Costa Rica/literario/"Patológicamente cuerdo"
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