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miércoles, diciembre 07, 2005

Partida digna

Me refiero a la opción de dejar la vida en forma digna y en las mejores circunstancias posibles. No se escoge nacer, debería escogerse partir, tener la alternativa digna de hacerlo. El felo de se o suicidio tiene connotación moral negativa. Las religiones, en su mayoría, lo desaprueban y consideran trasgresión. Influidas por tradiciones religiosas, las legislaciones penales de múltiples países, lo tipifican como felonía. En casos, el suicidio malogrado acarrea sanciones penales para quien lo intenta y fracasa. La asistencia de terceros se tipifica asesinato. No debería ser así. La decisión de terminar la vida propia es acto soberano de libertad. En particular cuando se decide, acepta, planea y lleva a cabo de manera racional.
Socialmente, el suicidio es reprobado. Los orígenes del rechazo son nebulosos, mas es plausible surjan de la prolongada época cuando la supervivencia de la especie humana no se había consolidado y, optar por la muerte voluntaria, equivalía a traición a la conservación del género. Estamos condicionados a concederle a la vida valor inapreciable. En cuanto se refiere a la de otros así es, sin disputa. Empero, el individuo puede establecer el valor de la propia y decidir terminarla cuando deja de serle apreciable. Se equipara al suicidio con un acto de cobardía. En realidad se precisa mucho valor para consumarlo, sino fuera porque es el paso voluntario a lo desconocido. Diversas circunstancias lo justifican, la más notoria es el dolor en grado extremo, mas no pretendo bordar sobre temas tratados en abundancia. Para no caer en la telaraña del suicidio irreflexivo, la llamada escapatoria por la puerta falsa, me refiero a la partida digna al margen de circunstancias externas, sin causales.
A riesgo de incurrir en tautología, estoy convencido del derecho inherente a disponer de la vida propia. Cuando socialmente se reconozca como derecho, la ley no podrá impedir acceso a los medios para efectuarlo en las mejores condiciones posibles. Aquellas permiten el tránsito exitoso, apacible, indoloro y desprovisto de censura. La ciencia moderna dispone de medios para practicarlo sin recurrir a los horrendos expedientes tradicionales, fuentes de trauma imborrable entre deudos y allegados por la combinación de sorpresa y medio escogido. Igualmente me pronuncio en forma absoluta en contra de la eutanasia involuntaria. Es decir, la aplicación misericordiosa de la muerte sin consentimiento del involucrado. La partida digna implica la voluntad expresa de quien decide practicarla, lo demás es reprobable asesinato.
El primer paso rumbo a su aceptación social es establecer parámetros objetivos. Nadie, absolutamente nadie, sabe qué ocurre después de la muerte. En las teorías predominantes, una afirma: Acabada la vida acabado todo. La otra afirma la existencia de un alma inmortal. Ambas posturas son especulaciones, pues nadie ha regresado del más allá para ilustrar a los del más acá. En resumen, apoyada en rumores, la sociedad no puede establecer un patrón ético sobre decisiones individuales. Por ello, la disposición voluntaria de la vida propia es éticamente neutra. Si la ciencia establece el fin de todo con el fin de la vida, adelantarse a la naturaleza es un acto natural más. Si la ciencia, e insisto, la ciencia, establece la existencia de un más allá, en toda probabilidad Dios no castiga un acto de la voluntad sin perjuicio a otros.
En toda improbabilidad un Dios misericordioso nos obsequia dolor monstruoso y aparte nos castiga si optamos por dejar de sufrirlo. Merecen desaparecer estas nociones de sadismo irracional, puntal de la postura ética al respecto y abrirse espacios para legalizar la disposición de la vida propia y reglamentar aplicación. Son importantes legalización y reglamento por la razón obvia de separar un acto de la voluntad de un atajo para el homicidio. Valga la alegoría: «El acto supremo de libertad precisa estar legislado para proteger su integridad».
La forma eficaz de quitarse voluntariamente la vida es mediante el procedimiento denominado «suicidio asistido». Con ayuda de tanatólogo, cuya asistencia es crucial para llevar a cabo el procedimiento en forma exitosa, apacible e indolora. Quitarse la vida voluntariamente implica, pues, un procedimiento legal satisfecha la voluntad del interesado sin necesidad de causales.
Andrés Lozano


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Andres, muy bueno su comentario. Es indispensable un analisis profundo de estos asuntos, y una legislación que deje de "asustarse" con esta realidad. Al respecto, escribí sobre el mismo tema hace algunas semanas. Aqui dejo el link por si le interesa leerlo. Saludos!
http://zolliker.blogspot.com/2005/10/realidad-novelada-de-un-enfermo.html

Posted by Anonymous Anónimo #  

~Oo°~

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